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Aprendizaje y reflexiones.

María Paz Borja de la Torre María Paz Borja de la Torre

Hablemos del trauma, hablemos del cuerpo …

Por lo general, entendemos al trauma como el resultado de un evento catastrófico, como puede ser haber vivido una guerra, sobrevivir a un desastre natural o el haber sido víctima de abuso sexual o algún otro tipo de violencia física. Esto es de lo que los psicólogos hablamos cuando nos referimos a un trastorno de estrés postraumático (TEPT). Pero el trauma también resulta de la exposición crónica a algún tipo de estrés en cualquier etapa de la vida, sobre todo en la infancia. Este último se conoce como trauma complejo o trauma de desarrollo y es el resultado de la exposición prolongada y persistente a conflictos interpersonales como el bullying, la negligencia, la inconsistencia, el caos, el rechazo, el abandono o cualquier tipo de abuso físico y/o emocional. Sin embargo, lo que ambas definiciones tienen en común, es la consecuencia que estas experiencias dejan en el individuo a nivel fisiológico: el trauma es en esencia una desregulación del sistema nervioso autónomo (SNA).

El SNA está en el fondo de todo lo pensamos, sentimos y hacemos. Es uno de nuestros mayores recursos biológicos porque cumple la función de un sistema de alarma interno que trabaja sin descanso buscando claves de seguridad o peligro en el ambiente para asegurar nuestra supervivencia. La teoría polivagal del Dr. Stephen Porges tiene sus bases en la fisiología del cuerpo humano y nos muestra cómo el impulso de sobrevivir y la necesidad de conectar con otro ser, son las fuerzas principales que influyen en nuestro comportamiento. Esta teoría explica cómo el trauma interrumpe el desarrollo de la regulación autonómica de nuestro sistema nervioso y transforma nuestra inclinación natural a la conexión en patrones de protección.

El SNA actúa sin que nosotros podamos intervenir de manera consciente en sus procesos. Regula las principales funciones de nuestro cuerpo con el objetivo de mantener una homeostasis corporal o un equilibrio interno. Se trata de un conjunto de vías nerviosa que parten desde el tronco cerebral y se ramifican para conectarse a los órganos internos más importantes de nuestro cuerpo. Este sistema se encarga de regular la respiración, la temperatura corporal, la frecuencia cardiaca, la presión arterial, la digestión, el balance de agua y electrolitos, la producción de saliva, de sudor y de lágrimas, la evacuación de desechos y hasta de la respuesta sexual.

A breves rasgos, el SNA tiene dos ramificaciones principales: la vía simpática de activación y movilización, y la parasimpática, que se encarga de conservar y restaurar. Todos “pendulamos” entre la activación simpática y la activación parasimpática para hacer frente a las vicisitudes de la vida diaria y esto es algo normal y completamente necesario para nuestra adaptación. El problema o desregulación, surge cuando no somos capaces de regresar al equilibrio y nos quedamos estancadas en uno de estos estados de activación defensivos.

La teoría polivagal propone que los mamíferos tenemos la capacidad de adaptarnos a diferentes niveles biológicos o estados de seguridad autonómicos en respuesta a nuestro ambiente inmediato, y afirma que atravesamos estos estados de forma jerárquica y predecible cuando detectamos una amenaza. Estos estados son: conexión, movilización y desconexión o colapso.

1. Conexión social: es un estado de activación parasimpático o “vago ventral”. Se trata de un estado de calma en el que nuestras funciones cognitivas superiores se encuentran intactas. Tenemos la capacidad de aprender y recordar información, de organizar, planificar, ser creativos, jugar y conectar con otros mamíferos.

Cuando nuestro SNA detecta una amenaza bajamos un escalón, y se activa un estado autonómico de defensa, el de la movilización.

2. Movilización: es un estado de activación simpática. En este estado nuestro cuerpo se prepara para huir o luchar del peligro percibido.

Si no podemos escapar o hacer frente a la amenaza, bajamos nuevamente un escalón y entramos en un estado de colapso o desconexión.

3. Colapso: nuestro primer mecanismo de defensa, el estado vago dorsal. Es el nivel más primitivo de activación parasimpática. En este estado el cuerpo se apaga, colapsa, “se hace el muerto” y es muy común que surjan estados disociativos de conciencia o desmayos.

Ahora bien, cuando las personas son expuestas repetidamente a eventos que se perciben como una amenaza, se produce una sobrecarga de hormonas de estrés en el cerebro provocando daños a nivel estructural y comprometiendo sobre todo las conexiones en las áreas de aprendizaje responsables de la memoria, la organización de información y la regulación emocional.

En un cerebro “traumatizado”, este sistema de alarma se desregula, de modo que los escenarios seguros a menudo se experimentan como inseguros y los escenarios riesgosos pueden no ser detectados por la persona. Esto quiere decir que pequeñas pérdidas o rechazos pueden ser interpretados por el individuo como fuertes amenazas, provocando que reaccionen con impulsividad, agresión o tengan un ataque de ansiedad o de pánico, por ejemplo.

La buena noticia es que tanto la ciencia moderna como la sabiduría ancestral pueden ayudarnos no solo a restaurar nuestro equilibrio interno, sino también a crear un hermoso mosaico a partir de las piezas que creíamos que estaban perdidas o demasiado rotas como para volver a integrarse.

Gracias por haber llegado hasta aquí y espero de todo corazón que esta información te haya resultado valiosa. Nos vemos en el próximo posteo del trauma para seguir indagando en la teoría polivagal y comenzar a entregarte herramientas prácticas que te permitan salir de alguno de estos estados autonómicos de defensa, si te has quedado estancado.

Con amor,

Paz

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